La guerra contra el narco

A veces siento que las personas no entienden lo dura que fue la guerra contra el narco. Desean a gritos que Calderón vuelva, consideran su administración el epítome de la eficiencia de las pasadas presidencias. No es mi caso, y es que mi animadversión a Calderón, es personal.

Yo vivía en Cárdenas, Tabasco; cuando en el 2006 Felipe Calderón le declaró la guerra al narcotráfico, que hasta ese año me parecía una leyenda, tan real como el chupacabras.

Para el 2009, la inseguridad ya era una cruz que cargabas sobre la espalda. Ir a la escuela, y al súper y volver a la casa, todas actividades de riesgo.

Gente que se moría,
Gente que mataban,
Gente que faltaba y nunca volvía

Todos los días que no salías eran días en los que no te arriesgabas a no volver.

Cuando iba en primaria mis compañeros y compañeras se fueron, vivieron cosas que otros niños no vivían y encontraron en otras ciudades oportunidades que nosotros ya no veíamos. En esos años, mi mamá me guardaba una maleta con copias de mis papeles, por si alguna vez llegaba el día en que tuviera que irme a esas ciudades con oportunidades.

Podría hablar de todas las películas que no vi en el cine, porque era peligroso; o de todas las reuniones a las que no fuimos, porque la situación era incierta; o de cuando dejamos de ir a la Feria, porque podría haber una bomba. Pero eso no será suficiente, porque esos no son ni los menores de nuestros traumas.

Porque personas que yo conocía salían en el periódico a veces, porque de mi generación de doce alumnos, nos graduamos tres; porque los memes de Sinaloa, también nos hacen gracia a nosotros.

Este no es un artículo sobre Calderón o sus decisiones, es sobre nosotros, las y los hijos de ciudades “estratégicas” quienes hemos vivido los últimos diez años enmarcados en un contexto de violencia que nos paraliza del miedo.

Me ofenden todas las medidas que tomamos para cuidarnos de la inseguridad para que al final, viniera por nosotros de todas formas.

A veces cuando estoy sintiendo también me doy cuenta de que la gente no entiende lo que es correr en la calle, solo trotar, un día cualquiera para hacer ejercicio. Mi mamá todavía me llama para pedirme que no haga cosas peligrosas, como correr en la calle, un día cualquiera, para hacer ejercicio.

Cárdenas estaba inundada de crimen organizado y narcotráfico, habían secuestros todo el tiempo, no es chistoso que los niños jueguen a ser sicarios, pero si los expones todo el día, de a poquito se acostumbran. La ciudad estaba llena de gente sin oportunidades, de pequeños empresarios con miedo, de casas de gente rica abandonadas entre el monte.

Cárdenas sigue igual. Aunque estoy casi segura de que la gente ha pasado de sentirse con miedo a sentirse cansada.

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