Cuando me mude a mi actual casa, la llamaba siempre la casa de alguien más, rara vez invitaba a mis amistades, y mucho menos la proponía como sede de sesiones de estudio. Lo que pasa es que, cuando yo llegué, algunas personas a mi alrededor se empeñaron en hacerme sentir que esa no era mi casa, entonces les escuché y entendí, después de meses, que realmente no lo era.
Yo sabía muy bien cuál era mi casa, y recuerdo que en los días en que me sentía profundamente triste, conducía para allá y me dormía sola, en el cuarto que alguna vez fue mío. Veía la televisión, me acostaba en las mismas sábanas que mi familia me había comprado, abrazaba las mismas almohadas.
Y me convencía a mí misma de que allí era donde estaba el corazón, mi corazón.
Un día las cosas se complicaron para nosotros, quienes vivíamos en la casa, y formamos un vínculo muy cercano, pero efímero, porque a pesar de que yo sentí que era real, lo cierto es que era solo hasta que él pudiese recuperarse para seguir adelante, sin mí. Así que durante un tiempo la casa fue nuestra casa, pero después, fue solo su casa de nuevo.
Entonces tomé mi corazón, y lo puse devuelta donde siempre perteneció, en la casa que me vio crecer, espacio bendito para mis recuerdos, lleno de la alegría de la gente que realmente me amó. Lleno de las veces en que me acompañaron, los días en que peleamos, las noches en que, con una almohada sobre la cabeza, mi abuelo me sugería que pidiéramos una pizza.
Casa es donde está el corazón, y mi corazón definitivamente estaba allá, atrapado en el recuerdo de un pasado glorioso que nos arrebató el narcotráfico, el crimen organizado.
Hace dos años, mis abuelos se mudaron a Mérida para que él pudiera recibir tratamiento contra el cáncer, y, con mucho cuidado, quizás por miedo a que me negara, me pidieron que los ayudara llevándolos al doctor, a la clínica, al súper. Por supuesto que les dije que sí, y para ahorrar tiempos, me fui a vivir con ellos a la casa en que me dormía sola cuando estaba triste.
Fui muy feliz.
Mi corazón estaba en ellos.
Una de mis amigas me preguntó cómo me curé de la tristeza, y le dije que no sabía, que solo había dejado de sentirla cuando ellos llegaron.
Metimos tres corazones en una casa con un solo baño.
Pero pasado un tiempo, y después de mucho esfuerzo, mi abuelo se murió y mi abuela se fue, a la tierra prometida: nuestra casa. Y me quedé sola, homeless de nuevo, heartless, sobretodo.
Desconozco si volveré a sentirme en casa, no tengo idea del paradero actual de mi corazón, no sé cuántas canciones más van a entristecerme, ni cuántos días más de no hablarnos mientras desayunamos aguantaré, pero cada vez me siento más cerca de irme a donde ya no me duela.
De volver a casa.